El rescate del Pecio Mazarrón, el tesoro fenicio intacto durante 2.600 años en Murcia

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¿Cómo es posible que los restos de un barco con 2.700 años de antigüedad hayan aparecido intactos, a dos metros de profundidad a y 60 metros de distancia de una playa urbanizada de un rincón del muy poblado sur de Europa? El tesoro del pecio fenicio de Mazarrón, un barco de madera de los siglos VII o VI antes de Cristo, hundido entre la Playa de la Ermita y la Isla de Mazarrón, en Murcia, ha sobrevivido dos milenios y medio sin que sus vecinos supieran nada de él hasta 1994. La arena lo escondió, lo protegió y lo desveló entonces por casualidad. Unos vertidos mineros en los años 20 del siglo pasado y la construcción de un muelle deportivo en los 70 provocaron un lento movimiento en el suelo submarino que hizo que la pieza ya fuera evidente a simple vista en 1998. En el año 2000 empezó su prospección científica. Y en 2024 ha empezado lo inimaginable: el Gobierno de la Región de Murcia promueve, junto al Museo Nacional de Arqueología Subacuática de Cartagena, una delicadísima extracción de sus restos, fragmento a fragmento, con el fin de preservarlos y exponerlos al público.

Primera pregunta: ¿por qué hay un pecio fenicio hundido a 60 metros de Mazarrón? «Los fenicios empezaron a crear colonias desde el Mediterráneo Oriental hacia el oeste desde el siglo IX», explica Carlos De Juan, arqueólogo de la Universitat de València y director del proyecto de investigación del Pecio Mazarrón. Cercados en el litoral del Líbano por imperios militaristas y anclados en un territorio pequeño y montañoso (aunque bendecido con los cedros, cuya madera los invitó a construir buenas embarcaciones), los fenicios se hicieron a la mar y crearon colonias en su trayecto hasta Cádiz. «Se especula sobre si llegaron a Canarias. Yo no tengo conocimientos para afirmarlo», dice De Juan.

Para saber más

Las colonias fenicias no eran terminales militares destinadas a conquistar y explotar sino delegaciones comerciales. «Al principio eran estructuras efímeras hechas para contactos puntuales. Después, se convirtieron en colonias más complejas, implicaron trasvases de población y procesos de intercambio cultural, no sólo comercial». En Mazarrón, esa colonia se instaló en la Punta de Gavilanes, a 800 metros, más o menos, del punto en el que naufragó el pecio que hoy rescata la Región de Murcia. Lo que les interesaba del lugar era la plata local, que venía mezclada con plomo. Los nativos sabían explotar los yacimientos pero sólo los fenicios eran capaces de separar los dos metales. Ese ejemplo de colaboración y mutuo enriquecimiento lo explica casi todo sobre su expansión.

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«Los fenicios también marcaron el paso en navegación y diseño de barcos. Los griegos fueron siempre por detrás y en el siglo VI antes de Cristo abandonaron su tradición y empezaron a armar los barcos como los fenicios». ¿En qué consistía su sabiduría naval? «Sobre todo, tenían un conocimiento acumulativo sobre la manera en que las maderas absorbían la humedad, se hinchaban y podían crear juntas estancas», cuenta De Juan.

El pecio de Mazarrón mide 8,10 metros de eslora, 2,25 de manga y 1,10 de francobando (su medida en vertical). Era, por tanto, un barco de bajura, hecho para pequeños desplazamientos, pero aún así es un yacimniento único porque está completo, es muy accesible y es un ejemplo rarísimo en el mundo. Los pecios griegos son relativamente frecuentes pero casi no hay ejemplos similares para los fenicios.

Y, además, incluye información valiosa. En el pecio de Mazarrón se ha identificado el trabajo de varios carpinteros, unos muy diestros y otros más inseguros. Unos, fenicios y otros, nativos. Y eso dice que sus dos comunidades se mezclaban, trabajaban juntas e intercambiaban conocimientos. «En Mazarrón hubo una transferencia cultural indiscutible», dice De Juan.

¿En qué consiste su trabajo en este momento? «Estamos desarrollando una operación muy delicada después de un año y medio dedicado a analizar metodologías. Diseñamos un plan A, un plan B, un plan C, un plan C1… Previmos escenarios bastante extravagantes para saber cómo actuar en caso de desastre». En resumen, el rescate del pecio consiste en identificar sus grietas y aprovecharlas para aislar segmentos independientes. «Entonces, les colocamos una cuna, una especie de chasis que da estructura a cada fragmento de madera. El barco tiene ahora la consistencia de una tarta: puede sostenerse si está tendido pero se nos desmorona si lo volcamos un poco».

Así que la estrategia consiste en llevar los fragmentos a tierra sin que dejen de tener un suelo que los sostenga. Entonces, la madera recibirá un tratamiento que la estabilice y las piezas volverán a encajar como en un puzle, para que los científicos la estudien y para que el público la conozca en un museo. «Ver el pecio completo fue una experiencia impresionante para mí. Como arqueólogo, fui consciente de que es una vez en la vida y de que tenemos mucha responsabilidad. La Unesco dice que el lugar para tesoros así está en los museos, cara al público. Yo también lo creo».

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